EL VIAJE A NINGUNA PARTE
Metáfora: Del lat. metaphŏra,y este del gr.μεταφορά metaphorá.
1. f. Ret. Traslación del sentido recto de una voz a otro figurado, en virtud de una comparación tácita, como en las perlas del rocío , la primavera de la vida o refrenar las pasiones.
De siempre se ha escuchado que no hay nada peor que hacer nada “en caliente” o “a lo bruto”, una vez sucede algo que nos impulsa a guiarnos por nuestros instintos más
primarios; que siempre es conveniente dejar pasar el tiempo, que es quien atempera y da o
quita razones.
Pero lo que ya lleva casi un lustro en marcha, acercándose ya a marchas forzadas a la barrera de los mil quinientos días, es un despropósito de magnitud sideral, un viaje a
ninguna parte en que todos nos hemos embarcado, en el que la soledad del páramo nos lleva a sufrir un espejismo tras otro: una victoria o empate puntuales que no son más que
eso, espejismos. Una metáfora cruel y brutal de aquellos que, en busca de un trozo de pan, intentaban llevar un poco de alegría a un páramo físico y sentimental como era la España
de la posguerra, como se refleja en la magnífica película de Fernán-Gómez.
Y así nos movemos, arrastrándonos por los campos de España, como cómicos de la legua, una Gloria pasada en la que, quienes no la vivieron, se atreven a poner en duda
hasta la náusea, en un estúpido ejercicio de masoquismo negacionista, mientras los que ya
tanto llevamos, asistimos con una mezcla de rabia e impotencia cómo los trofeos se ennegrecen con paso del tiempo, cómo lo que recordamos en color pasa a un blanco y negro depresivo y nostálgico, rozando el sepia de algo que ya casi damos por cierto que ya nunca volverá.
A estas alturas de la película, hacer de tripas corazón y seguir adelante se antoja un ejercicio casi sobrehumano, sobre todo cuando son más de cuatro años jugando sobre al alambre con un yunque ardiendo y colgado de cada brazo, esperando que otros tres se
caigan del cable antes de nosotros, jugando con un fuego del que ya sentimos el calor que ya empieza a quemarnos; mientras los notarios de la actualidad, en su inmensa mayoría,
miran hacia otro lado intentando nadar y guardar la ropa, mientras el remolino del barco que se hunde, capitaneado por quienes no distinguen babor de estribor, acabará
levándonos a todos al fondo y a ellos también.
Hora es ya de hacer algo. No podemos resignarnos a que cada viaje acompañando a nuestros colores sea un simple y mero ejercicio de turismo, en el que tengamos que
autoconvencernos de que lo importante es el viaje y cambiar de vez en cuando de aires, en
vez de seguir y animar a nuestros colores, a lo que nos une con un sentimiento de pertenencia que va más allá de la lógica, a lo que nos ha puesto en el mapa y aún hoy se
nos recuerda allá donde vayamos y por mucho tiempo que haya pasado.
Actuemos. Antes de que sea demasiado tarde, si no lo es ya.
Francisco Morán.